Una apuesta peligrosa by Marisa Costa

Una apuesta peligrosa by Marisa Costa

autor:Marisa Costa
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2022-08-24T10:30:49+00:00


Capítulo 18

UN IMPREDECIBLE CONTRATIEMPO

Desde que abrí los ojos supe que debía mantener alejado de mí cualquier pensamiento relacionado con la noche anterior. En primer lugar, no podía pensar con claridad con tía Mary entrando y saliendo constantemente de la habitación para asegurarse de que nuestra partida se realizara con puntualidad y éxito y, en segundo lugar, no me sentía preparada para enfrentarme a lo acontecido.

Mantuve la mente serena durante buena parte de la mañana, dedicando un especial interés en mantener mis ojos abiertos. Realizaba las tareas previas al abandono de nuestra estancia en la casa de campo de los Stinton de forma mecánica guiada por las directrices de tía Mary y las constantes intromisiones de Hannah.

El doble té que había tomado para desayunar solo me había servido para mantenerme activa las cuatro primeras horas de la mañana. El resentimiento de una noche prácticamente en vela se manifestó en el carruaje, mientras el traqueteo del camino me llevaba de un lado a otro y mantenía la atención fija en el ridículo que llevaba sobre las manos.

A pesar de todos mis esfuerzos por mantener todos mis sentidos en alerta, sentía cómo el agotamiento recorría cada parte de mi ser. Tía Mary, sentada frente a mí, se inclinó tocándome la mano dulcemente y preguntó:

—Querida, ¿te encuentras bien?

Asentí sin emitir sonido alguno.

—Quizás el señor Stinton tuviera razón y debías haberte quedado unos días más en su casa hasta reestablecerte del todo.

Negué con fuerza y me esforcé por esbozar una sonrisa.

—Estoy bien, tía. En serio. Es solo que anoche me costó trabajo conciliar el sueño.

Conforme con mis palabras, asintió.

—Intenta dormir ahora, aún quedan unas horas para llegar a Londres.

—Sí, Lillian, inténtalo —me animó Amelia.

Obedeciendo a sus estrictas ordenes, apoyé la cabeza sobre la pared acolchada del carruaje y cerré los ojos un segundo, solo un segundo.

Desperté ante el tosco movimiento que hizo que mi cuerpo se balanceara hacia delante. Tía Mary soltó una maldición que tanto a mi prima como yo fingimos no haber escuchado.

—Ya hemos llegado, ¡al fin! —exclamó contenta Amelia. Se volvió hacia mí con una sonrisa—. Parece que has logrado dormir.

—Algo —respondí con la voz ronca y la boca pastosa.

—Más bien mucho. Te intentamos despertar cuando hicimos una parada y ni siquiera te inmutaste. Tuvimos que dejar a Peter aquí para que vigilara el coche mientras nosotras comíamos.

Parpadeé repetidamente intentando ordenar las palabras que salían por la boca de Amelia. En aquel instante me resultaban en un idioma incomprensible.

—Te trajimos algo de pan y queso por si despertabas, pero al parecer el sueño podía más que el apetito —comentó divertida tía Mary.

No dije nada. La cabeza me dolía. Era lo que solía pasar después de dormir durante tanto tiempo en un incómodo carruaje.

Peter, el cochero, abrió la puerta y nos ayudó a descender.

Primero lo hizo Amelia, seguida de mi tía. Con algo de reticencia por miedo a caer, bajé muy despacio y sujetando con fuerza la mano del empleado. Me sentía algo aturdida, pues un terrible tambor me golpeaba tras las sienes.

Miles abrió la puerta incluso antes de que alcanzáramos a tocar siquiera la aldaba.



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